Del paraíso fue Colibrí
Marco Lucchesi
estos son los nombres de los que fueron al otro lado del mar
Popol Vuh
Me convirtió hace tiempo el famoso poema de Huidobro: “los cuatro puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte”.
Más que geografía, veo aquí una ventana metafórica o simbólica. Inquilinos del Sur, así me veo, sin disolver los lazos que nos unen al Norte. Y no se trata de un destino inexorable o de un sesgo político radical; se trata de una adhesión a los orígenes del sujeto que hace y sufre la historia, o si no de un personaje en busca de autor. Más inclinado a lo segundo que a lo primero, pues autor y personaje coinciden en la progresiva búsqueda de sentido. Todo el espesor del sujeto, en la condición ambigua que nos define, a lo largo de una totalidad contradictoria.
Cornejo Polar se dirigió a la suma de opuestos que nos representa: caminantes inquietos y metamórficos de América Latina, un vasto palimpsesto de Occidente, mestizo y plural. De hecho, la cosmovisión de los pueblos originarios y africanos; está inscrita en nuestra piel; una reserva cultural profunda y latente que nos inculca el amor a la Diferencia.
Somos la corriente, sutil y obstinada, a la vez serena y feroz, que mueve los ríos profundos de Arguedas, entre el rescate del pasado y el rostro del futuro.
Una epistemología del Sur, ecuménica, fluvial, sin barreras inútiles, sin perder nuestras raíces, sin renunciar a Occidente, al que integramos, parte de nuestra herencia, y desde el que dialogamos con España y Portugal, amigos del Sur de Europa. Una Iberia que se extienda a Iberoamérica, para no perder el juego semántico y sintáctico de lentes capaces de asegurar el espejo continental sin trabas en el que se configura la imagen de España y Portugal.
Pienso en las páginas de As naus, de Lobo Antunes, de O labirinto da saudade, de Eduardo Lourenço. Pienso en la conjunción condicional se, tan importante en historiografía, de la novela Civilizations, de Laurent Binet, cuando Atahualpa y su corte descubren Europa.
En cualquier caso, estamos inmersos en la filosofía de la liberación, según Enrique Dussel, cuando pasamos de la periferia al centro de lo que somos, en contra del mito del descubrimiento, que encubre o descarta el conocimiento milenario.
En Raza e Historia, Lévi-Strauss demostró que el etnocentrismo es inherente a todas las culturas, una especie de sorpresa entre dos mundos que empiezan a descubrirse.
Ya no somos objetos vacíos, sino el encuentro de voces ibéricas y amerindias, africanas y asiáticas, en el que se han centrado los más grandes intérpretes de nuestro continente,
Recuerdo El presumible corazón de América, de mi suspirada amiga Nélida Piñón. Recuerdo la obra de Darcy Ribeiro, Octavio Paz y Julián Marías. Devoro las páginas de Lima Barreto y Roa Bastos. Busco, en las páginas de La Voragine y Grande Sertão: veredas, un mismo rostro.
La literatura y la crítica realizan un ejercicio de emancipación, a la vez concreto y visionario, capaz de responder al Sur y al Norte cuando se revisita la historia. Según Cornejo Polar,
"...La crítica literaria latinoamericana debe verse a sí misma como parte integrante del proceso de liberación de nuestros pueblos, no sólo porque es también crítica ideológica y esclarecimiento de la realidad."
Una crítica serena e inclusiva, sin excesos, guerras ni trincheras. Es importante abrir el radio de acción, las redes circulares y plurales que invitan al diálogo de los propios fundamentos.
Un horizonte inacabado, en construcción. Porque si bien nuestra agenda se ha hecho más consistente, nuestro reloj no ha perdido su lentitud.
Rafael Rojas reconoce una especie de pulverización en la independencia de las Américas, refiriéndose a repúblicas abstractas, hechas sólo de aire, casi sin raíces.
Un reloj que se acelera cuando infundimos agua, tierra y fuego o, en otras palabras, cuando la inclusión de las culturas implica una agenda necesaria e innegociable.
Pensar en la dialéctica de la historia, reescribir el presente distinguiendo la sustancia del accidente, que no se limita a la astucia de la razón. Como advierte el clásico de O'Gorman:
“investigación de la fisiología de la historia; sino de la historia entendida, no ya como un acontecimiento que 'le sucede' al hombre y que, tal como le sucedió, podría no haberle sucedido, una mera contingencia y accidente que en nada le afecta, sino como algo que le constituye en su ser espiritual”
Las bibliotecas nacionales reclaman una relectura de la fisiología de la historia, como señala O'Gorman. Toda una forma mentis, inclusiva, ecuménica y abierta, sin límites ni censuras, alrededor de este ser espiritual, o enraizado, en el suelo fértil de nuestras bibliotecas. Un verdadero pharmakon republicano, más que un remedio, diferente de la farmacia de Don Quijote, de los enemigos de la lectura y de las bibliotecas l (1,7):
“Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron por entonces para el mal de su amigo fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantaba no los hallase quizá quitando la causa cesaría el efeto, y que dijesen que un encantador se los había llevado, y el aposento y todo (...) El ama, que ya estaba bien advertida de lo que había de responder, le dijo:
- En esta casa no hay sitio ni libros, porque todo se lo ha llevado el mismo diablo”.
Una biblioteca sin exorcismo, donde la pluralidad es signo de esperanza o salvación.
Estamos reunidos para invertir el proceso, para derribar el muro, para ahuyentar el odio a la cultura, al sueño inspirado por los libros, en el límite de nuestra diferencia, como el caballero que escribe su vida, en el gran libro del mundo, con la espléndida belleza de sus fantasmas, la memoria de los mitos y la poesía.
Todavía con O' Gorman:
“una entidad histórica imprevista e imprevisible que, a medida que se va constituyendo en su ser, opera como disolvente de la vieja estructura y cómo, al mismo tiempo, es el catalizador que provoca una nueva y dinámica concepción del mundo más amplia y generosa”.
Que todos nos inspiremos en esta dinámica más amplia y generosa, antigua y nueva, más amplia y acogedora, que nos pronuncia, en una poética de la vecindad, de la justicia social y de la paz, sin perder la dimensión de utopía, como el dios colibrí de Ayvu Rapytá, en los poderes del todavía-no:
“antes de haber concebido su futura morada terrenal, antes de haber concebido su futuro firmamento, su futura tierra, que originalmente llegó a existir, Colibrí refrescó su boca; el que sustentó a Ñamanduî con productos del paraíso fue Colibrí”.
Muchas gracias.